Hay tres poemas que quizás sean los que más han marcado mi vida, aunque me es difícil hacer esta selección. Probablemente solo quiero transmitir al lector que son muy importantes para mí.
El primero lo tenía casi olvidado, y lo traigo a colación de los dos posteriores. En mis tiempos adolescentes y primera juventud (desde los 14 hasta los 23 años aproximadamente) me identifiqué con la Iglesia, no en las ideas conservadoras, que siempre me generaron rechazo, sino en las acciones sociales, y podemos decir que estaba bastante comprometido. Visitas a residencias de ancianos, a centros de niños discapacitados, a barrios marginales... Sobre mis 20 años, no recuerdo cómo, llegaron a ofrecerme un grupo para “hacer pensar”, y me negué a dar el catecismo, eligiendo que comentáramos a Gandhi y a Luther King. Al sacerdote que nos guiaba le pareció bien y, como puede verse, era de lo más interesante. Por entonces creo que en esencia yo quería ser muy buen chico. Ya lo era a la cara de mi padre, no a la espalda, siendo honesto, pero creo que inconscientemente quería ser un santo. Luego encontré esta escondida tendencia de mi carácter en mis maestros de la psicología. Por entonces me topé con un poema, y creo que ni una sola vez, incluida ahora, lo he podido leer sin emocionarme. ¡Cuánto ha llovido desde entonces, madre mía! Del primer poema, un soneto, no se conoce el autor, pero el manuscrito más antiguo es de 1638.
No me mueve, mi Dios, para quererte - Anónimo
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Hará unos diez o doce años, una budista mejicana me habló un día del poema que sigue, de 1916, un auténtico canto existencial, probablemente espiritual, a la aceptación de la vida y la muerte. Difícil de explicar lo que transmite.
En paz – Amado Nervo
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
El amor y la aceptación máximas… Parece que no faltara nada. Pero en 1947 otro poema vino a este mundo. Me enteré hace apenas tres años (¡tiene delito!), y consigue poner esa pinta de pimienta que alguien (yo) podría decir que les falta a los otros. Mientras Amado Nervo acepta el final de sus días, Dylan Thomas nos insta a que nos resistamos, a que nos agarremos a la vida y, si hemos de morir, que sea -si me permite el lector- por cojones y enfurecidos. No creo que hable de una muerte real, en cuyo caso opto por la paz de la aceptación, pero quizás nos esté invitando a no dejarse morir en vida.
No entres dócilmente en esa buena noche - Dylan Thomas
No entres dócilmente en esa buena noche,
que al final del día debería la vejez arder y delirar;
enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
no entran dócilmente en esa buena noche.
Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola
por el brillo con que sus frágiles obras pudieron haber danzado en una verde bahía,
se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y los locos, que al sol cogieron al vuelo en sus cantares,
y advierten, demasiado tarde, la ofensa que le hacían,
no entran dócilmente en esa buena noche.
Y los hombres graves, que cerca de la muerte con la vista que se apaga
ven que esos ojos ciegos pudieron brillar como meteoros y ser alegres,
se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y tú, padre mío, allá en tu cima triste,
maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Comentarios
Deja un comentario