Hace tiempo que me apetecía hacer una reflexión acerca de algunas cuestiones relacionadas con iniciar la terapia psicológica y me he puesto a escribir sobre ello.
No voy a entrar en algo generalizado, quiero hablar desde mi propia perspectiva. Llevo más de 20 años ejerciendo esta profesión y quiero hacerlo desde mi experiencia, basándome en las personas que he ido atendiendo a lo largo de estos años.
El primer día que vienen a la consulta suelo preguntarles qué les ha traído hasta aquí y resulta curioso que muchas de esas personas que han decidido buscar ayuda psicológica no tienen un trastorno psicológico grave sino que se encuentran con situaciones difíciles que les desbordan, les hacen sufrir, les bloquean.
Y sí, claro que también acuden personas que tienen un trastorno mental, que incluso requieren de tratamiento farmacológico. Aquí intento ayudarles a entender qué les ocurre y ver qué podemos ir haciendo al respecto. Algunas ya vienen con diagnóstico y tratamiento psiquiátrico y otras no, a quienes planteo la conveniencia de ello, la manera en que la química puede servirles y que hay quien acepta y hay quien se resiste y trabajo para que puedan verlo desde otra perspectiva.
Su motivo de venir a terapia puede ser la puntita del iceberg de muchas cuestiones que iremos abriendo y explorando más despacio a lo largo de las sesiones psicológicas.
En esa primera sesión también me gusta saber cuál ha sido el punto de inflexión para que hayan elegido este momento para decidirse a acudir a terapia, por qué justamente ahora. Es algo que considero bastante significativo y que me aporta una información importante acerca de esa persona.
Me encuentro a veces con personas a las que les ha costado mucho dar este paso, que llevan bastante tiempo pasándolo mal y no se habían decidido por distintos motivos: porque se resistían a creer que precisaban ayuda profesional porque no eran conscientes de que no podían mejorar por sí mismas, restando con ello importancia (de forma inconsciente) a su malestar, porque no querían preocupar a su familia (quienes curiosamente ya suelen estar preocupados de ver cómo se encuentra), y también quienes vienen “de la oreja” porque la demanda no es suya, sino de su familia o pareja.
Otra de las cuestiones que me gusta conocer es si ya han estado previamente en terapia o si es la primera vez que acuden a un psicólogo, para que puedan poner encima de la mesa sus dudas si no han estado nunca y, si ya han estado antes, por conocer si han sido los mismos o distintos motivos que en la actualidad y cómo ha sido su experiencia con otros profesionales.
También me gusta saber qué expectativas tienen respecto a la terapia, en qué creen que puedo echarles una mano, para ir situándonos y ser realistas (tanto ellos como yo).
El por qué y el para qué acuden a la consulta, su motivo, cómo han elegido venir ahora, qué esperan de la terapia. Voy recogiendo toda esta información que considero fundamental para arrancar y situarme y que me servirá para poder empezar a conocer a esas personas, indagar, evaluar para luego ir tratando en las sesiones futuras.
Y todo ello, trabajando desde la cercanía, intentando establecer un vínculo en el que las personas que acuden puedan encontrarse con la comodidad que precisan para poder ir abriéndose emocionalmente.
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