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el 24 febrero 2025

Cada vez valoro y me gustan más los refranes. Antes era más de aforismos, de frases breves y sabias dichas por autores concretos, y aún lo soy, pero la sabiduría popular anónima acumulada en los refranes me fascina. Más simple aún que los refranes, están sencillamente las frases coloquiales, que también esconden una gran sabiduría en muchos casos. Y la sabiduría popular con frecuencia nos pasa inadvertida.

El otro día escuché, andando por la calle, a una persona decirle a otra “¡Eso no te lo crees ni tú!” En principio es una frase que hemos escuchado mil veces, pero ese día la escuché de otra manera, como si fuera la primera vez.

“Eso no te lo crees ni tú.” ¿Cómo que “ni tú”? Parece que debería ser “Eso no se lo cree nadie” o “Eso no hay quien se lo crea”, y estas frases se dicen también, pero es curioso que el tope, el máximo, el último bastión de la credulidad, sea uno mismo. Y así es. Que no se lo crean muchos, tiene un pase, y por algo será. Que no se lo crea nadie, es mucho más llamativo. Que no te lo creas ni tú, es extraordinario. ¿Por qué? Sencillamente, porque las cosas que podemos llegar a creernos, a veces no hay quien se las crea.

Más por viejo que por psicólogo, he visto mil veces las mandangas que cada uno nos contamos a nosotros mismos. A veces mentimos conscientemente, pero otras muchas no. Esas otras muchas nos vendemos la imagen que queremos comprar, la que resulta agradable y coherente a nuestro yo, la que nos permite dormir tranquilos y no considerarnos egoístas, necios, injustos, crueles, aburridos, incompetentes o cualquier otro calificativo indeseable de los miles que tenemos. Otras veces lo que nos contamos es que somos lo peor, lo más inútil y desastroso, lo más feo, tonto y repelente, y no podemos aceptar ni un solo calificativo deseable o hermoso, no nos lo podemos creer. Si algo no te lo crees ni tú, ¡qué barbaridad será! Pero aún tendremos que escucharnos y escuchar decir muchas mentiras de esas que el yo, o el ego, necesita contarse. Todo sea por no volvernos locos.

Cuando la verdad nos duele demasiado, la transformamos en lo que nos conviene. Tiempo al tiempo, que la vida ya nos pondrá en nuestro sitio. El asunto es: ¿me daré cuenta entonces, o inventaré una nueva lectura de esas que no me creo ni yo? Si es una nueva mentira, pero algo más leve, no estaría mal.

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