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el 5 abril 2021

En psicología está totalmente presente la milenaria disyuntiva entre el determinismo y el libre albedrío o, dicho de otro modo, entre el destino y la libertad. Hay un considerable determinismo, es decir, la visión de que el ser humano no puede controlar algo a través de su voluntad o sus actos, por ejemplo, en los conceptos de personalidad y carácter, en este caso, provenientes tanto de lo genético (temperamento) y lo congénito (traumas pre-natales) como de lo sucedido en la más temprana infancia, etapa de la que no solemos considerarnos responsables. Del mismo modo, la psiquiatría radical ha caído históricamente en la distorsión de tomar la parte por el todo. Es decir, a partir de que su objeto de estudio sea la manifestación corporal y el tratamiento también corporal (fármacos) de los problemas mentales, ha sentenciado que no hay más causas ni tratamientos válidos que éstos.

Respecto a las sensaciones subjetivas de este excesivo determinismo, podríamos destacar algunos fenómenos. Por ejemplo, la llamada profecía autocumplida, acuñada por el sociólogo Robert K. Merton. Su equivalente en psicología y pedagogía, también llamado “efecto Pigmalión”, señala cómo la fuerza  de nuestras expectativas acaba cambiando nuestros razonamientos y conductas, generando que la expectativa se haga cierta. Según el mito griego, un escultor llamado Pigmalión se enamoró de Galatea, una de sus obras. Su pasión le llevó a relacionarse con ella como con una mujer real. Afrodita, testigo de este amor, hace que Galatea cobre vida. Pigmalión, al creer en sus “sueños” que la estatua tenía vida, influyó para que esto se hiciera realidad. En este caso, la libertad influye en el destino, creando un puente entre ambos conceptos disyuntivos (separados). A partir de aquí, se trataría de cambiar las expectativas para cambiar nuestra realidad. Por ejemplo, creer que puedes conseguir algo aumenta las posibilidades de conseguirlo. En este sentido, son frecuentes los discursos del éxito y del “tú puedes” en la psicología positiva, así como las técnicas de visualización positiva. Por ejemplo, las visualizaciones de victoria y de mantenerse sin desfallecer en las técnicas de la psicología del deporte. Del mismo modo, podemos aplicarlo a nuestras relaciones con otros: mis expectativas sobre ellos (alumnos, pacientes, usuarios, familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc.) generarán cambios en su comportamiento, en el mío, y en nuestra relación.

Al igual que podemos influir en nuestros éxitos, también podemos hacerlo en nuestros fracasos (profecía autofrustrada o, sencillamente, profecía autocumplida de un fracaso), y éste es el caso de la llamada indefensión aprendida. Aquí hay un profundo sentimiento de impotencia, de no poder hacer nada en una situación o situaciones hasta percibirlas como verdaderamente insuperables. Se da un locus de control (LC) externo, es decir, el lugar donde está el control se pone fuera, “las cosas no dependen de mí”. El locus de control hace referencia a dónde sitúa el individuo la causa de los acontecimientos. El LC interno, LCI, (yo soy la causa en cuanto a lo que depende de mi voluntad y libertad) sería el equivalente al libre albedrío. Lo positivo es que permite al sujeto valorar su implicación, esfuerzo y hacerse responsable de sí mismo y de su vida. Sin embargo, en el extremo, sería algo así como “Todo lo que me pasa, bueno o malo, depende de mí, y todo el poder de cambiarlo es exclusivamente mío.” En el LC externo (las circunstancias externas son la causa, o también aspectos de mí que no puedo controlar, como mis genes, mi inconsciente, mis traumas infantiles o mi personalidad) serían lo determinista en psicología. Entre estas causas externas estarían también el destino, la suerte, el azar, el poder y las decisiones de otras personas o las maldiciones (por ejemplo, el “mal de ojo” o el vudú). Lo positivo es que permite valorar la influencia de las circunstancias y no excederse en la responsabilidad personal, es decir, no culparse o atribuirse el mérito en exceso, ni dejar de valorar los acontecimientos propicios (o desfavorables) que hayamos podido tener. Si lo llevamos al extremo, por ende, sería una posición irresponsable y quizás victimista, algo así como “Nada de lo que me pasa, bueno o malo, depende de mí, todo es debido sólo a las circunstancias, y no puedo hacer nada para que esto cambie”.

Ejemplos psicológicos de un acento especial en el LCI, son el desarrollo del potencial humano, el llamado “empoderamiento”, asumir la responsabilidad de la propia vida y actos, o el sentimiento de culpa. Llevado al extremo, también sería el caso del narcisismo positivo (“Me merezco todo lo bueno porque todo me lo he ganado sólo yo y no le tengo que agradecer nada a nadie”) o el narcisismo negativo (“Me merezco todo lo malo porque todo es por culpa mía, todo lo malo es sólo por mi causa”).

Tanto en las pseudo-psicologías como en muchos anuncios publicitarios o en algunas películas record de taquilla, asistimos a auténticos excesos a la hora de potenciar o exhibir un yo ideal exorbitante en cuanto al poder personal, la felicidad, el éxito, la belleza o la fuerza. Se puede manipular mucho -y ganar mucho dinero- provocando estas fantasías excesivas y rápidas. Si nuestra sociedad potencia unas expectativas sin medida de éxito y para soñar y superar retos incansablemente, su contrapartida es la misma cantidad ingente de expectativas frustradas, sentimientos de fracaso y sus consecuencias en estudios, trabajos, relaciones de pareja, expectativas políticas, etc.

Por otro lado, hay un intenso LCE en las distorsiones paranoides y frecuentemente en la depresión. Asimismo, aquí reside el estrés por descontrol ambiental. En los trastornos obsesivos se buscará controlar con el pensamiento mágico la arbitrariedad de la vida, que resulta angustiosa. Algunos autores los llaman “desórdenes del libre albedrío”. Por medio del mecanismo defensivo de la proyección, al situar los propios pensamientos y sentimientos en el exterior, se está poniendo fuera también toda la responsabilidad de la propia felicidad o desdicha, ya sea en la vida, en el destino, en la suerte, o ya sea en la sociedad, en otra persona (dependencias afectivas), o en el rol de victimismo (no en las víctimas reales). Incluso considero que hay un solapado pensamiento mágico en algunos discursos que parecen modernos y holísticos, como es el caso de “No hay casualidades”, “Te ha pasado porque te tenía que pasar”, o “El universo se confabula si sigues tu propia Historia personal”. Una mala interpretación de las religiones también lleva a confundir que la divinidad presuntamente lo sepa todo con que lo decida todo, ya que en éstas siempre hay un margen de libertad y, por ello, de responsabilidad ética.

Es muy importante la integración de ambos aspectos. Hablamos de control, de poder, del sentimiento profundo de vulnerabilidad ante las circunstancias. En el fondo, hablamos de la posibilidad de protagonizar la propia vida, siempre limitada por la inesperada y misteriosa realidad de la muerte. Se trata de encontrar un “punto medio” entre lo que depende de mí y del exterior. Como dijo José Ortega y Gasset, “Yo soy yo y mis circunstancias”. Es el caso de los ya citados factores predisponentes (donde hay algo pre-determinado que dependerá también de las circunstancias externas para desarrollarse). Del mismo modo, la autoestima bien entendida se basa en una valoración realista y equilibrada entre lo que es responsabilidad mía y del exterior. Una buena autoestima ha de basarse en el equilibrio entre aceptación y cambio, y no en un mero “Tú puedes, tú eres el mejor, y todo saldrá bien”. No podemos decir tanto porque no lo sabemos. Son frases emocionales, no racionales, que responden a potenciar un efecto Pigmalión positivo.

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