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el 21 mayo 2023

Estos últimos meses estoy dando algunas altas, cerrando procesos con pacientes. Varios han estado un par de años en terapia conmigo. Dos años no es nada en la historia de vida de una persona, pero en el momento se ve como una eternidad.

Como terapeuta, una de las cosas más interesantes que presencio es poder concluir “de qué ha ido” la terapia de alguien. La persona viene –normalmente- con una idea de lo que le ocurre, unos temas. “Siento mucha ansiedad”. “Quiero dejar a mi pareja, pero nunca doy el paso”. “Vivo cansado”. “No me siento segura de mí misma, dudo al tomar la más mínima decisión”. “Lo paso terriblemente mal con las rupturas”. “No me gusta mi vida, estoy estancado”. Han hecho crisis en una o varias áreas de su vida y traen a sesión el síntoma (la ansiedad, el sufrimiento, la indecisión, la apatía, el malestar en las relaciones…). Los síntomas son como los boniatos: no es lo que nutre y mantiene viva la planta, pero es lo que te comes.

La persona viene a terapia porque está harta de comer boniato, siente que ya ha tenido suficiente de su síntoma, pero no sabe qué hacer con él. Así que vamos tirando del hilo, a ver dónde nos lleva. Vamos aclarando lo que en la vida cotidiana no hay espacio para aclarar (por prisas, por temor al juicio externo, por falta de interés…).

Mientras fuera nos han dicho que si queremos dejar a nuestra pareja lo hagamos ¡y punto!, en terapia exploramos qué es eso tan importante que nos mantiene en la relación. Mientras fuera nos bombardean con que si no nos gusta nuestra vida simplemente ¡cambiémosla!, en sesión vemos cómo lo hago para inhibirme, retenerme, mantenerme estancado/a. Mientras afuera me dan soluciones para no sentir ansiedad, en sesión escuchamos el mensaje que nos trae la ansiedad.  Mientras fuera se extenúan de nosotros por dudar tanto al tomar decisiones, en el espacio terapéutico investigamos para qué nos sirve ponernos a dudar y dudar. Es decir: por primera vez, en vez de ir a la contra del síntoma, le seguimos la pista al síntoma.

Y entonces comienzan los descubrimientos. La persona comienza a tomar conciencia de sí misma, de lo profundo. Ya no estamos examinando los boniatos: ahora nos hemos puesto a cavar bajo la tierra y estamos viendo de qué pasta están hechas las raíces.

El paciente empieza a ver aquello que, en la sombra, está dirigiendo excesivamente su vida. Quizás sea un sinfín de enfado sin expresar, o un perfeccionismo extremo, una moralidad rígida, una prohibición del placer, una carencia afectiva, un rechazo a un aspecto de la propia personalidad, una coacción familiar, una experiencia traumática sin procesar, una violencia no identificada, una dificultad de ver al otro, el miedo a intimar, el sometimiento a una imagen idealizada de uno mismo…

Le pone más y más conciencia, lo duele, lo expresa y, poco a poco, de manera impredecible y sorprendente, algo cambia. Las defensas se aflojan, la persona se va aceptando, está en un contacto más auténtico consigo mismo. Y está mejor.

Cuando se va acercando el fin de la terapia (lo notamos porque a la persona ya no le pasan las cosas de antes; o le pasan, pero las reconoce de lejos y no sufre ni una cuarta parte) y el dinero que antes bien-invertido estaba en la terapia empieza ahora a ser prioritario para otras necesidades (de ocio, de proyectos…) paciente y terapeuta hablamos del cierre del proceso.

Habitualmente aparecen algunos miedos: a no saber funcionar sin la terapia, a volver a como estaba al principio. Pero eso no ocurre. La terapia es un viaje de no retorno, y la conciencia y aprendizajes que uno ha adquirido de sí mismo, si son profundos, permanecen.

Es la última sesión y estamos cerrando. Estoy tentada de preguntar “qué te llevas”, “qué has aprendido”. Y lo hago, pero no es lo más importante. La pregunta más esencial quizás sea: “de qué ha ido tu terapia”. Es entonces cuando soy testigo de que la persona ha tomado conciencia de su proceso, se ha enterado de su manera de funcionar en el mundo y ahora ve otras posibilidades de manejarse en él.

El trabajo en terapia ha terminado y me despido con una mezcla de pena y alegría. Ha sido un largo tiempo y el viaje de mi paciente también ha impactado en el mío. 

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