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el 20 noviembre 2023

Este post está motivado por la experiencia en mis primeras aproximaciones profesionales en el mundo de la psicología. Desde hace un tiempo, he tenido la oportunidad de trabajar con dos grupos de personas bastante distintos, ada uno con sus propias dinámicas y desafíos.

Por un lado, me encuentro con individuos que buscan acompañamiento psicológico de manera voluntaria. Estos son individuos que, por elección propia, han decidido embarcarse en un viaje de autodescubrimiento y crecimiento personal. La disposición de estas personas para trabajar en sí mismas es palpable desde el principio. Están abiertas a explorar su proceso, aprender de él y llegar al final sintiéndose más auténticas y plenas. La experiencia de acompañar a estas personas es enriquecedora; es una colaboración donde brindamos apoyo, pero también fomentamos su independencia.

Por otro lado, me he encontrado con un grupo de personas que reciben asistencia psicosocial sin pedirla, de manera obligatoria (por razones específicas). Esta situación presenta sus propios desafíos, ya que muchas de estas personas inicialmente resisten la idea de ser acompañadas. La banda sonora de este proceso a menudo está compuesta por frases como "yo no tengo por qué estar aquí" o "qué me vas a decir tú a mí". Aunque pueda resultar desafiante, me esfuerzo por recordar las palabras de un profesional (trabajador social de la cárcel de El Dueso, Santander) que describió la intervención psicosocial como un "trabajo de artesanía fina".

Esta metáfora me pareció preciosa, pero me costó aterrizarla en su momento. Ahora la veo y la entiendo. Trabajar con aquellos que no buscan ayuda de manera voluntaria es como esculpir una obra de arte paciente y detallada. Requiere tiempo, esfuerzo, paciencia y dedicación. A menudo, las primeras horas de trabajo pueden no dar frutos visibles, pero con el tiempo, cada interacción cuidadosa comienza a dar forma a la pieza. La resistencia inicial se transforma en aceptación, las barreras se desvanecen y la conexión genuina comienza a florecer.

Para poder conseguir estos resultados, es crucial recordar que estas personas, estos colectivos, no forman simples montones de arena homogéneos de dudosa belleza. Cada una es un conjunto único de experiencias, colores y formas. En lugar de juzgar basándonos en actos pasados, condiciones o circunstancias, debemos acercarnos a ellas con empatía y apertura (teniendo en cuenta siempre no justificar lo injustificable). Solo al hacer zoom en cada grano de arena particular podemos apreciar la belleza singular de cada individuo, sorprendiéndonos más de una vez con la profundidad y la riqueza de sus seres internos.

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