Cuando me acerco a sus penas, a sus alegrías, a sus pérdidas, a sus ganancias, a sus caídas y a sus levantarse otra vez. Cuando me cuentan sus problemas, sus atascos, sus resistencias, sus bloqueos, y desde mi curiosidad humana les ayudo a explorar, investigar, iluminar.
Cuando veo pequeños cambios, pequeñas victorias. Incluso cuando veo que se repiten viejas dinámicas. Cuando se abren, te cuentan lo más íntimo, lo más doloroso, lo más celoso, lo más oscuro, lo más neurótico.
Cada vez que se sientan delante mío y empiezan a contarme, a desahogarse, a elaborar, a tomar decisiones, a ser más conscientes, más responsables. Cada vez que se levantan y se van, más ligeros, más terrenales, o más liados de lo que estaban.
Siempre que me sonríen, o se quedan serios. Siempre que resoplan, repiten el mismo discurso otra vez, se frustran, se cabrean. Siempre que abren los ojos porque de algo se han dado cuenta.
Cuando me dejan pasar a sus historias de vida, a sus escenas dolorosas, a sus bloqueos, a sus problemas cotidianos. Cuando me dejan entrar dentro de sus pensamientos, de sus emociones, de sus sensaciones, de su conciencia.
En cada silencio. En cada lagrima. En cada dolor. En cada esperanza. En cada mirada. En cada queja. En cada agradecimiento.
Cuando me nombráis como parte de vuestro proceso, cuando sin saberlo me mostráis mis propias heridas, mis propias resistencias, mis zonas oscuras y mis capacidades dormidas.
Cuando al hablar de vosotros, me habláis de mí, cuando me resuena cada palabra.
Y entonces me toca esperar sin prisas, dejar de querer salvaros y simplemente estar. Porque en cada encuentro, en cada sesión, en cada despedida, me recordáis qué significa ser humano, y para qué me dedico a esto.
Me hacéis mejor persona.
Comentarios
Deja un comentario