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el 12 septiembre 2025

Jamás podré describir lo que siento. Las palabras se quedan cortas para definir mis sensaciones, y todo padre me entenderá a la perfección.

Sois lo más duro, agotador, cansado, y aún así sois por goleada lo más bonito, tierno y precioso que me ha pasado en la vida. Y acabáis de llegar como quien dice.

Cada sonrisa, cada carcajada, cada aprendizaje, en cada gesto inocente recorre por mi cuerpo una sensación aterciopelada que todo lo envuelve de un tono rosáceo.

Cada verano, en cada julio, un golpe de conciencia me enseña que habéis crecido tanto mientras nuestras vidas navegaban entre rutinas. Ojo, muy presente en acompañaros al colegio, a los parques, a casas de vuestros amigos, consciente de vuestros pequeños logros en todos estos meses. Aún así, es en julio donde de verdad observo el crecimiento que se ha dado. Y me asalta una nostalgia por lo pequeñas que ya no sois, y me abraza la alegría por lo mayores que os hacéis. ¿Qué traerá este otoño?

La mayor, que con 4 años abre camino, trae lo nuevo, lo que no sabemos como será, cómo hacer, donde pagamos la novatada. La pequeña, que con 2 años deja atrás el bebé que ya no es, cierra lo que ya no volverá a ser en nuestra familia, y paga las consecuencias de no ser la novedad, la sorpresa, pero que con otras armas conquista nuestra atención.

Cualquier mínimo gesto es digno para hacer 200 fotos y así tener ese momento para siempre, pero la mejor foto es la que se queda en mi memoria, esa es irrepetible. Coger la bici, jugar con sus muñecas, montar un cole o un restaurante, y la pequeña participando como si supiera perfectamente de qué va la cosa.

Traer a nuestras vidas nuevas personas, amigos, amigas, sus padres, sus hermanos y hermanas, sus yayos. Gente que jamás hubieras conocido y que ahora son parte de tu círculo social.

Las sonrisas de vuestros yayos es un reflejo de lo que también querré sentir yo, cuando me llegue el momento. Por ahora ver el vinculo bien regado y florecido me sirve para sentir que mi familia es más grande y fuerte.

Me servís de ancla para, cuando vienen mal dadas, pensar que me veis por un agujerito y responder con la humanidad de la que me dotáis. Para sacarme una sonrisa, un impulso de energía, sois el brote verde en plena sequía. Sois mi motor de dignidad.

La mayor ahora mismo bucea en la piscina y la pequeña llama a ‘Prott’, el perro de la yaya, para que se coma su comida. Una lagrima me recorre la mejilla, y puedo, sin duda, ser el más feliz del mundo. Aunque en unas horas el agotamiento de lo que me ha costado rebañaros en el remolque de la bici con todos vuestros trastos me haga gruñir, lo repito: me hacéis el más feliz del mundo.

Vosotras y el mundo que habéis creado, tan pequeñitas.

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