Mirar atrás, hacia la historia familiar, para descubrir el origen de algunos de nuestros conflictos siempre puede dar buenos resultados. Allí buscamos explicaciones, puntos de partida o situaciones no resueltas. No obstante, por distintas razones, no siempre es fácil encontrar respuestas solo con este método.
Por eso, en general, en la terapia Gestalt no ponemos el énfasis en lo que sucedió, sino que entendemos que esos conflictos no resueltos siguen presentándose en nuestro “aquí y ahora” como un eco. Prestar atención a esas relaciones se convierte, entonces, en una manera más orgánica de abordar ese contenido que casi siempre se pierde en el tiempo o se distorsiona con la interpretación de los hechos.
Más allá de eso, me gusta recordar que el modo en que nos relacionamos hoy, como reminiscencia de nuestras primeras relaciones, también puede ser camino y sostén para encontrar salida a lo que nos pasa ahora. La familia, con toda su carga actual y su historia, secretos y lealtades, puede ser tanto una prisión como una llave.
La importancia de mirar nuestros conflictos desde una perspectiva familiar está en la comprensión: entender que nuestra manera de ser tiene sentido, porque ha sido una forma de adaptarnos, de protegernos o de buscar amor y pertenencia en nuestras relaciones más significativas. Es decir, nuestra forma de estar hoy en el mundo es, en parte, una respuesta a esa historia que nos atravesó. Mirarla no significa quedarnos atrapados en el pasado ni justificar cómo actuamos, sino integrar ese relato, darle sentido y preguntarnos: ¿sigo necesitando sostener esta forma de ser? Si fue una estrategia válida entonces, ¿lo sigue siendo ahora?
Quizá por eso el conflicto, cuando se mira desde la familia, puede convertirse en camino de regreso: regreso a uno mismo, a una forma más libre de relacionarse —condicionada, pero no determinada por la historia—; a un lugar donde lo recibido sea impulso para decidir qué queremos seguir sosteniendo y qué ya no.
Quizá se trate de volver a mirar donde un día aprendimos a cerrarnos, para descubrir que ahí mismo podemos empezar a abrirnos hoy.
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