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el 15 diciembre 2014

Ya estamos prácticamente inmersos en la Navidad y nos encontramos tanto a gente que está deseando que lleguen estos días para disfrutarlos como aquellos otros que los detestan. “Una buena época para reunirnos con la familia”, “Cómo vamos a disfrutar con los regalos”, “Un tiempo para ser hospitalarios” “Aprovechar para reconciliarnos”. “Son fiestas del consumismo, comprar, comprar y gastar”, “Otra vez tendré que encontrarme con mis cuñados”, “No puedo volver a casa y me hacen sentirme más solo” Nos generan emociones intensas, tanto en un sentido como en otro, tanto para los partidarios como para los detractores de estas fiestas, que están muy relacionadas con las expectativas que tenemos de lo que vamos a vivir.

Por otro lado, existe un tercer grupo de personas, en el que estarían incluidas todas aquellas que, sencillamente, se dejan llevar por la vorágine que supone el clima navideño: compran turrones en el mes de noviembre que les ofrecen los supermercados con un mes de antelación a la festividad, decoran sus casas, peregrinan por las jugueterías y tiendas de regalos, acuden a cenas de sus empresas, comen con sus familias…. integrándolo como una época más que hay que vivir, como si de una estación se tratara, al igual que el verano o la primavera. Más con resignación que con animadversión o alegría, sucumbiendo al microcosmos de luces, polvorones y villancicos. No podemos dejar de mencionar los mensajes continuos que la publicidad nos ofrece acerca de la Navidad, que nos conduce hacia unas expectativas de alegría, paz y armonía familiar… que nos aseguran lograremos a través de las compras que nos incitan a realizar y que contribuyen a que nos vayamos adentrando en ese cosmos navideño que nos inunda desde los medios de comunicación. Mención aparte sería la publicidad sexista de los juguetes infantiles… pero ese tema merecería otro artículo completo.

Si tenemos en cuenta el sentido originario de estas fiestas, la celebración de los cristianos del nacimiento de Jesús en Belén, tan solo una parte de la población lo celebra religiosamente, conforme a la tradición, es decir, teniendo presente que éste el origen de la fiesta y que todo aquello que la envuelve no es más que eso, el envoltorio que podemos llegar a convertir en el propio regalo. A aquellos que detestan la Navidad, les resulta difícil mantenerse al margen e ignorar aquello que les produce malestar, al estar presente los árboles, estrellas, luces, etc, tanto en calles y plazas, como en colegios y escaparates. Veamos también la influencia de la Navidad en algunos trastornos psicológicos: influye negativamente en las personas con trastornos del estado de ánimo, con depresión, que tienden a sentir nostalgia y añoranza de pérdidas familiares o afectivas. Supone, asimismo, una situación de mayor riesgo para las personas con problemas adictivos. Un ejemplo sería el alcohólico que intenta mantenerse abstinente mientras está rodeado de celebraciones donde predomina el vino y el cava.

Tampoco lo tienen fácil las personas con trastornos alimentarios, al haber abundancia de comidas y cenas que se acompañan de multitud de dulces. No obstante, la sensación general es de festividad y alegría, de ilusión. Nos encontramos con amigos o compañeros que nos cuentan sus planes navideños y nos preguntan por los nuestros, nos hablan de los juguetes que han pedido sus hijos a los Reyes Magos, nos invitan a ver el árbol de Navidad que han puesto en casa… y, sin apenas darnos cuenta, nos vamos adentrando en la Navidad.  Cada uno a su manera, unos intentando apartarse, otros gozando del nacimiento de Jesucristo y, la gran mayoría, participando de ella sin plantearnos demasiado el origen de la celebración y dejándonos llevar.  

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