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el 11 agosto 2014

Son numerosos y frecuentes los trastornos psicológicos relacionados con la ansiedad. A esta familia pertenecen las crisis de ansiedad, los ataques de pánico, los distintos tipos de fobias, las obsesiones, el estrés o la angustia. Hay trastornos agudos, generalizados o postraumáticos. Unos son debidos a causas externas y otros se asientan en rasgos estructurales del carácter y suponen, por así decirlo, un modo de estar en el mundo. No es necesario decir los diversos niveles de intensidad y particularidad con que pueden presentarse estos problemas, lo cual queda reflejado a diario en las consultas psicológicas y médicas desde hace tiempo.

Si relacionamos la ansiedad con las emociones básicas, nos encontramos con que se trata de una manifestación compleja y propiamente humana del miedo. Esto no impide que pueda presentarse asociada a otras emociones y, de hecho, suele ser así. Algunos de sus síntomas son: aceleración del ritmo cardíaco, sensaciones de ahogo, opresión en el pecho, sudor, mareos… incluso hasta náuseas, temblores o, si se sufre una crisis intensa, la creencia de estar experimentando un infarto o el angustioso temor a perder totalmente el control, volverse loco o morir.

Aunque en nuestra cultura el miedo es criticado y condenado hasta el punto de que “no sentir miedo” pasaría por ser una gran virtud, lo cierto es que el miedo cumple una función clave en nuestra supervivencia. Si nuestros antepasados, desde hace millones de años, no hubieran tenido el miedo “bien afinado”, no hubiéramos llegado hasta aquí. Por ello, la ansiedad, que sin duda es un miedo desproporcionado, no es algo que simplemente hay que eliminar como quien se quita algo que le es ajeno e inservible. Nuestro miedo lo generamos nosotros y por eso tiene mucho que ver con nosotros. Y como el miedo es nuestro, íntimamente nuestro, fruto de nuestra historia y nuestro presente, en primer lugar tendremos que aprender a escucharlo y a observar cómo se manifiesta para luego llegar a contenerlo y manejarlo.

Es tan conflictivo y hasta peligroso sentir demasiado miedo como no sentirlo en absoluto, algo fácil de entender si pensamos en un soldado o simplemente en una persona al volante. El miedo, como dice Norberto Levy, es una alarma, nos está señalando que no nos sentimos con recursos suficientes para enfrentarnos a una situación, simplemente eso, y por ello tenemos que hacer una exploración detenida de los recursos (que tenemos, que creemos tener, que nos exigimos tener…), y de la situación real o imaginada. Unas veces el miedo esconde sentimientos de inseguridad e incapacidad con los que nos aturdimos y atormentamos a los que nos rodean. Otras, el miedo y las interminables preocupaciones o dudas pretenden llegar a controlar lo imposible. Explorar y diferenciar esta mezcla de realidad y fantasía no es siempre fácil. Luego llegará el desarrollo de nuestros verdaderos recursos personales.

Frases del tipo “eso son tonterías”, o “no tenga usted miedo”, o “te prometo que todo va a salir bien”, suelen ser aún más perjudiciales que inútiles y sólo se basan en negaciones, represiones o en más fantasías, ya que el miedo es pura fantasía y crece si no nos detenemos a “mirarlo a la cara”, a tomar conciencia de lo que dice, de lo que pretende, de sus amenazas o de sus confusiones; incluso de sus acertados avisos. El miedo, en alguna medida, es un fantasma. Sería más adecuado decir: “el miedo no es ninguna tontería de la que hay que deshacerse sin más”; o “vamos a intentar con el detenimiento necesario que las cosas salgan bien”; o, por supuesto, “vamos a calibrar bien su miedo, que sin duda es necesario para vivir y le está diciendo algo”.

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