A veces, en la vorágine del día a día, es tan fácil alejarse y perder el contacto con nosotros/as mismos/as que, cuando finalmente intentamos reconectar, el camino de regreso parece interminable. Podemos imaginar nuestras emociones y sensaciones como un globo que llevamos con nosotras a todas partes. Si lo mantenemos a una distancia adecuada, podemos observarlo y cuidarlo fácilmente. Pero, ¿qué pasa si lo dejamos escapar? Puede volar tan lejos que, cuando finalmente tratemos de recuperarlo, nos damos cuenta de que ha pasado tanto tiempo que apenas lo reconocemos.

Es indudable que estar en contacto con nuestras emociones es crucial para nuestro bienestar. No se trata de analizar cada sentimiento de forma exhaustiva, sino de tomar pequeños momentos para revisar cómo nos sentimos. Una pregunta tan simple (y a veces tan compleja) como "¿cómo estoy hoy?" puede marcar una gran diferencia; ya sea expresándola en voz alta, plasmándola en papel en forma de texto o en un dibujo.

Cuando mantenemos nuestro "globo emocional" cerca, compartirlo con los/as demás también se vuelve más natural. Hablar de nuestras emociones y experiencias con amigos/as, familiares o incluso en terapia, nos permite liberar parte de esa carga y recibir el apoyo que necesitamos. Además, compartir aquello que sentimos cuando lo sentimos evita que se acumulen hasta volverse abrumador.

En última instancia, se trata de una premisa básica pero esencial. Dirigir nuestra atención hacia nuestro propio ser es fundamental, no solo para entender nuestras emociones, sino también para mejorar la calidad de nuestras relaciones. Estar presente con ellas nos permite ser más auténticas y conscientes en nuestras interacciones diarias. Esta práctica de autoatención no es una solución mágica, pero sí un paso esencial hacia un equilibrio emocional más genuino y sostenible.