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el 4 abril 2022

El otro día, entrando al ascensor de mi edificio, se me suma una pareja de mediana edad. Cerca de la primera planta la mujer menciona el hambre que tiene y pregunta divertida: «Cariño, ¿qué vamos a comer hoy?». Él le responde que va a preparar pizzas y ella contesta «¿para comeeeeer? No, la pizza es propia de las cenas» y seguidamente me interpela «¿tú qué piensas?». Yo trato de dar una respuesta sincera pero desmarcándome del conflicto (aún nos quedan unos pisos de hacernos compañía hasta llegar): «uh, yo soy un caso aparte, las como hasta para desayunar» -afirmo mientras muestro la mejor de mis sonrisas pacificadoras-. Ríen con mi comentario y, cuando creo haber esquivado la bala y hemos llegado a mi planta, la mujer culmina «bueno, pues si estáis todos contra mí…». Acaba de proyectar en los demás su propia hostilidad. Enseguida entraremos en esto de la proyección, pero antes:

¿Qué lleva a una persona a defender que la pizza es solo para determinados momentos del día o a incluso involucrar a un tercero en un asunto de pareja? Simplemente decir «prefiero la pizza para cenar, ¿podrías hacer otra cosa para comer?» parece más sencillo… ¿O no tanto?

A muchas personas, cuando a lo largo de su vida han ido expresando sus deseos y preferencias (quiero hacer esto, no me gusta aquello…), les han devuelto respuestas invalidantes: desde “¿en serio eso te gusta?”, “no, es mejor…” hasta “cuando seas padre comerás huevos” o “¿me estás desobedeciendo?”. Esto suele generar mucha frustración y enfado, que a menudo la persona aprenderá a reprimir para no salir más perjudicada. También les enseña a jugar con las mismas cartas.

Las personas que niegan su propio enfado o frustración pueden terminar atribuyendo estos sentimientos a algo (o alguien) externo: a esto lo llamamos proyección.

Así, una situación que dispare emocionalmente a mi vecina (p.ej.: el creer que su preferencia de cenar pizza no va a ser tenida en cuenta) le podría despertar cierta hostilidad (¡lista para pelear con quien haga falta!), que acabaría poniendo fuera (“estáis todos contra mí”).

La terapia, entre otras muchas cosas, nos ayuda a ir deshaciendo mecanismos como la proyección para así poder hacernos cargo de nuestras preferencias y sentimientos (esto es, estar más en contacto con nosotros mismos) y ver la realidad externa de forma más objetiva (esto es, estar en mejor contacto también con los demás). Conforme el trabajo terapéutico da sus frutos, la persona podrá percatarse de que va cambiando su manera de estar en el mundo. Desde fuera quizás simplemente se observe que ahora dice: «prefiero la pizza para cenar».

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