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el 15 mayo 2025

Resumen

La psicología y la psicoterapia, desde sus inicios, han sufrido en su seno intensos conflictos acerca de su validez científica, lo cual ha creado fuertes disputas internas entre sus diferentes enfoques. La esencia de este conflicto ha estado, y aún está, en la disociación entre las manifestaciones objetivas y subjetivas de lo psíquico. En su intento de acercarse a los métodos de las ciencias naturales aspirando legítimamente a una mayor validez científica, la psicología positivista ha rechazado la mitad de sí misma, la subjetividad que todo individuo manifiesta ineludiblemente, adentrándose así en un problema irresoluble por el cual, pretendiendo ser científica, se ha condenado a no serlo en parte, porque no ha respetado su objeto de estudio al completo. En el presente artículo expondremos que la ciencia en general, más allá de la ciencia positivista en particular, no excluye per se ninguna de las diversas manifestaciones de lo psíquico, sino que puede disponer de los métodos necesarios para su estudio e integración.

 

                Palabras clave:

Psicología científica, objetividad, subjetividad, método científico, integración de lo psíquico.

 

 

La ciencia, a pesar de sus errores, existe para contrarrestar la ignorancia, la superstición, las falacias, los prejuicios y la charlatanería. Máxima expresión del conocimiento basado en el pensamiento racional, lógico, analítico o secundario aspira a aprehender la realidad desde la observación y la experimentación con el mayor realismo posible. El pensamiento científico trasciende los pensamientos primarios previos de tipo instintivo, mágico y mítico, típicos de las culturas primitivas, la infancia o los trastornos mentales. Pero trascender no es negar ni destruir, sino incluir e ir más allá, puesto que los pensamientos primarios previos, una vez activados, ya no se desactivarán jamás. Los publicistas y los políticos saben muy bien de qué hablamos, puesto que el objetivo de sus millonarias campañas apunta al instinto y a la emoción más que al respeto por las normas de un buen razonamiento, la rigurosidad en los datos y la honradez ante las posibilidades de acción. Ni siquiera el científico más honesto puede zafarse de su propia influencia en lo que estudia y concluye, pero es obvio que se acerca mucho más a las leyes del mundo que a sus egocéntricos intereses.

Históricamente la ciencia nació para trascender el empacho interesado o ignorante de pensamiento mágico que campó a sus anchas en el milenio medieval, donde las creencias iban y venían sin límites, dando por verdadero y real lo que tan solo eran ocurrencias imaginarias, tomando por objetivo lo que tan solo era subjetivo. Pero veremos cómo, en su búsqueda de objetividad, el pensamiento científico positivista llegó a despreciar con auténtica aversión todo atisbo de subjetividad.

Las fases del método científico son: observación, planteamiento de un problema a resolver, establecimiento de una hipótesis a confirmar o descartar, medición, experimentación, análisis de los resultados y comunicación de las conclusiones al resto de la comunidad científica. Será entonces cuando entren en juego la reproductibilidad (posibilidad de repetir dicho experimento) y la falsabilidad (posibilidad de refutar sus conclusiones). Un conocido chiste plantea que, si mezclamos agua con ginebra, con whisky, con ron o con vodka y bebemos una buena cantidad nos emborracharemos. Puesto que la variable que hemos mantenido constante es el agua, concluiremos que el agua emborracha. Parece ser lógico. Hasta podríamos decir que, de entrada, es científico. Bebamos ginebra, whisky, ron y vodka por separado y sin agua, y comprobaremos que nos emborrachamos; bebamos solo agua y comprobaremos que no. Descubriremos así que nuestra conclusión era falsa. De modo que la siguiente hipótesis podría ser qué hay de común en esas cuatro bebidas que emborracha (y que no es el agua) y tendremos que seguir investigando.

Existen numerosos conceptos científicos tales como verificación, validez, fiabilidad, doble ciego, etc. ¿Cómo puedo recoger los datos que necesito? ¿Cómo verifico que los datos que recojo son los que busco y no otros? ¿Cómo los mido? ¿Estoy midiendo lo que pretendo medir o, por error, podría estar midiendo otra cosa? ¿He eliminado todos los posibles errores? ¿Son fiables estos resultados, o mañana variarán? ¿Los efectos a los que llego son realmente resultado de las causas que propongo? ¿Las relaciones entre los datos son realmente las que creo? No ha sido raro en la historia científica que se establecieran relaciones de causa-efecto que resultaran ser engañosas, como cuando se consideró que la esquizofrenia se curaba al cambiar por completo la sangre a un paciente.

El suspenso en mi examen, ¿fue debido a que olvidé realizar un ritual? ¿Fue por no estudiar lo suficiente? ¿Qué criterios establecen que se ha estudiado lo suficiente? Sería tautológico considerar que se ha estudiado lo suficiente porque se aprueba, y que se aprueba porque se ha estudiado lo suficiente. ¿Y los que aprueban sin estudiar, copiando? ¿Suspendí porque el examen era muy difícil? ¿O porque ese día me encontraba algo embotado? ¿Y qué significa exactamente que algo sea difícil? ¿Qué es estar embotado? ¿Cómo puedo medir la dificultad y el embotamiento? ¿Cuál fue el porcentaje de aprobados entre los compañeros? ¿Habría obtenido una nota distinta si me hubieran preguntado sobre otros temas? ¿Esto descartaría el embotamiento como causa? Y, si mi nota depende de los temas que elige el profesor, ¿queda descartada la dificultad del examen? ¿Cuántas variables hay en juego? Con este ejemplo tan aparentemente simple, bien podemos hacernos una idea de lo complicado que puede llegar a ser establecer una relación causal; más aún si se trata de una relación multicausal. Si pensamos en la terapia Gestalt, podemos extrapolar lo dicho a conceptos como el darse cuenta, la priorización de necesidades, la polaridad contacto-retirada, autoapoyo-heteroapoyo, la responsabilidad existencial, etc.

La psicología en general y la Gestalt en particular han sufrido y sufren los envites de los científicos serios (lo cual agradezco) y de algunos otros charlatanes presuntamente defensores de la psicología científica que son en realidad pseudocientíficos dueños de vehementes discursos que incurren en los errores que critican. No obstante, siempre nos vendrá más que bien una mayor dosis de ciencia en nuestro trabajo como psicoterapeutas. Y aquí aflora el primer problema, puesto que la psicología que se autodenomina científica sabe que a veces no ha sido honesta en su procedimiento, por no decir que ha sido temeraria y autodestructiva. Ha corrido despavorida para subirse al tren de la ciencia positiva y compartir vagón con los adalides de la objetividad, es decir, los científicos positivistas: físicos, químicos, biólogos o matemáticos. Y tengamos en cuenta que los matemáticos de alto nivel trabajan más con lo abstracto que con lo concreto, más con letras que con números, e incluso con entidades que no pueden observarse en la naturaleza, como los números negativos o el concepto de infinito.

Lo primero es saber qué me propongo investigar y, para ello, qué datos debo obtener, amén de cómo obtenerlos, cómo medirlos, etc. Y es aquí donde muchos investigadores de la psicología, empujados por acallar su complejo de inferioridad científica, pasaron por encima las características del objeto de estudio que nos corresponde.

Ken Wilber expuso de forma brillante y sencilla en su clásica obra “Los tres ojos del conocimiento” (1983) que no podemos utilizar el mismo método para obtener información del mundo físico externo y objetivo (“ojo de la carne”), del mundo de la mente, la lógica y lo subjetivo (“ojo de la razón”), y del mundo de la espiritualidad y la trascendencia (“ojo de la contemplación”). En el trabajo que nos ocupa nos centraremos en los dos primeros aspectos, pero no está de más recordar al tercero. Ya Immanuel Kant, hace casi 250 años, en su obra cumbre “Crítica de la razón pura” (1781), dejó claro que lo trascendental no se podrá explicar nunca con la razón. Del mismo modo, podríamos decir que lo subjetivo, tan propiamente humano, no se podrá explicar nunca si solo tomamos datos que puedan grabarse con una cámara de video o reflejarse en un microscopio. Si bien estos datos son necesarios, no por ello son suficientes.

Miles de libros han hablado en las últimas décadas de esta controversia científica. Nunca puede considerarse negativo que la psicología quiera ser científica, porque nunca ha sido ese el verdadero problema. A decir verdad, no creo haber conocido nunca un solo psicoterapeuta que no haya querido realizar un trabajo científicamente validado, pero si obviamos la cuestión del objeto de estudio considerando que solo lo visible con el “ojo de la carne” puede ser científico, habremos traicionado a la psicología condenándola a no poder ser científica nunca, por mucho que se quiera demostrar que es posible. Si de todos los componentes de la experiencia humana apenas dejamos los visibles, ¿qué objeto de estudio le quedaría a la psicología? ¿Tan solo la conducta? ¿Y eso sería una buena representación de la extraordinaria riqueza de la experiencia psicológica humana? Ya lo intentaron los conductistas mostrando auténtica aversión a todo lo subjetivo. Sólo aceptaban lo observable, y esto provocó una tormentosa lluvia de críticas de simplismo, de que solo servía para adiestrar niños o animales de circo, o para meros hábitos comportamentales, dejando fuera toda la riqueza de la subjetividad y la experiencia tan característicamente humanas. De hecho, el conductismo inicial que lo resumía todo a estímulos y respuestas (E-R) quedó relegado por su simplicidad y evolucionó a neoconductismo, la psicología cognitiva y a la actual psicología cognitivo-conductual. Entendieron que la conducta o respuesta (R) no era algo tan objetivo y visible como pudiera parecer a partir de un estímulo (E). Las teorías conductistas se habían obtenido a partir de estudios con animales en cuanto a la formación de hábitos que, como por cierto señaló Piaget (1969), un referente cognitivo, no requerían inteligencia. Se comprobó que los acontecimientos (E) dependían fundamentalmente de la significación que tuvieran para el individuo, de cómo se le representaran a este, de modo que añadieron un factor de subjetividad (O) entre el estímulo y la respuesta (E-O-R), es decir, variables internas moduladoras de la conducta final, hasta el punto de que una conducta que no sea coherente con el yo (factor subjetivo), será poco duradera, es decir, lo subjetivo prima sobre la objetividad de los refuerzos que se suministren a las conductas. A pesar del auge de los primeros tiempos del conductismo, donde parecía que el devenir de toda la complejidad humana se reduciría fácilmente a refuerzos positivos o negativos, hoy por fortuna cuesta imaginar que la psicología haya siquiera llegado a concebir que no haga falta ningún factor interno para entender nuestros comportamientos, ninguna introspección, ninguna conciencia, como si fuéramos seres pasivos y huecos que solo necesitan ser moldeados por agentes externos, como robots.

Volviendo a Wilber (1983), lo intencional refleja el interior, la vivencia, lo subjetivo, la conciencia misma, mientras que lo conductual, refleja lo observable, lo medible, lo objetivo, lo que se muestra desde fuera. Así, un manual de psicofisiología hablará del sistema límbico (zona interna del cerebro que rige, entre otras, las emociones) añadiendo quizás imágenes de microscopio, pero no describirá, por ejemplo, cómo experimenta una persona su tristeza, su enfado, su miedo o sus deseos. De eso se encargarán las novelas y las películas que nos conmueven y enseñan, pero lamentablemente la psicología no tendrá nada que decir. Obviamente, la introspección no es algo que interese a un geólogo investigando las rocas metamórficas.

La psicología no puede ser una copia de las denominadas ciencias naturales, porque los metales, las ondas, la raíz cuadrada de n o la gravedad, que se sepa, no tienen experiencias, y no hay modo empírico ni objetivo de acceder a las vivencias a través de unos métodos basados en los sentidos o en sus extensiones técnicas. Por mucho que un neurofisiólogo analice todo sobre mi cerebro (manifestación objetiva de la realidad psicológica), no llegará a descubrir mis pensamientos (manifestación subjetiva de esa misma realidad). Del mismo modo, por mucho que con el mejor microscopio lleguemos a ver las partículas subatómicas de un reproductor de mp3, no podremos escuchar la música que contiene. Decir que la verdadera causa de las obsesiones o el enamoramiento no tiene nada que ver con vivencias subjetivas, sino sólo con la química cerebral y los neurotransmisores es dejar fuera la mitad de la realidad. El asunto es que las obsesiones o el enamoramiento, por ejemplo, se manifiestan tanto a nivel físico, observable (pulsaciones cardíacas, dilatación de las pupilas, neurotransmisores, etc.), como a nivel subjetivo (interpretable). Por mucho que biológicamente haya algunos valores similares, es bastante diferente sentirse obsesionado o enamorado.

La observación del mundo objetivo se basa en la percepción, y la aprehensión de la experiencia subjetiva requiere interpretación. No puede ser de otra manera: lo objetivo ha de ser percibido, y lo subjetivo ha de ser interpretado. En psicología en concreto, lo subjetivo ha de ser interpretado y comunicado por el propio paciente, y también interpretado por el psicoterapeuta. La ciencia nunca podrá utilizar el mismo método para estudiar una roca o una depresión, ni para escudriñar los entresijos de un hormiguero o de la autoestima. Lo objetivo responde a su apariencia y su función, y lo subjetivo a su interpretación y su significado, un significado que, además, depende del contexto. Y decir que una realidad subjetiva es interpretable no ha de provocar temblores en las piernas de los psicólogos científicos, puesto que hay buenas y malas interpretaciones, y en cada disciplina hay criterios para interpretar lo mejor posible. Decir que algo es subjetivo y, por tanto, interpretable, no equivale a convocar incondicionalmente a toda la charlatanería de los alrededores. No negaremos que lo subjetivo es “escurridizo”, pero el cambio de paradigma que conllevó la física cuántica a la física anterior newtoniana supuso un auténtico torpedo en la línea de flotación de todo lo que se había creído hasta ese momento respecto a la materia, y no por ello la física desapareció.

No se trata de romper la psicología en dos y tirar la mitad subjetiva al olvido para que cuadre con los métodos de estudio de las ciencias naturales, sino de encontrar los métodos científicos que se adecúen a las características de la psicología como objeto de estudio. Y es sorprendente la ferocidad destructiva que existe entre algunos psicólogos, que descalifican los enfoques de otros colegas como auténticas patrañas, aunque estén sostenidos por décadas de experiencia clínica, decenas de miles de profesionales inteligentes y bien formados, y muchos más pacientes que han mantenido sus tratamientos porque obviamente les servían. No conozco otra ciencia en la que ocurra un exceso semejante. Muchas son las ciencias en las que hay conflictos internos entre los enfoques más objetivos y subjetivos, como la historia, la economía o la sociología, incluso entre la física experimental y la teórica, pero asegurar en revistas, ponencias o en algunas aulas universitarias que todo lo que dicen otros enfoques psicológicos es totalmente arbitrario, absurdo e inútil, es ir demasiado lejos hasta el punto de resultar sospechoso.

¿Cómo abrazar e integrar entonces las manifestaciones objetivas y subjetivas de una misma realidad psicológica? Según describe magistralmente el neurocientífico Gazzaniga (2018), neurólogos, psiquiatras, psicólogos, biólogos, psicofisiólogos, filósofos y un largo etcétera de profesionales llevan siglos y especialmente décadas intentando abordar una cuestión presente desde hace milenios: ¿lo real es lo que nos aporta la conciencia o lo que nos aportan los sentidos? Si dejamos a un lado los radicales de cualquier punto de vista, contaremos con aquellos que reconocen que hay que entrar al asunto por todos sus costados. Pero sigue siendo un enigma neurocientífico hoy en día cómo de un cerebro físico objetivo surge lo que experimentamos como conciencia, y cómo la experiencia subjetiva de la conciencia influye en su soporte físico. ¿Cuál es el puente que une a ambos? ¿Cuál es el eslabón perdido entre estructura y experiencia, biología y mente, mecanicismo y fenomenología, biología y filosofía? Quizás, aunque llegue un día en que sepamos exactamente qué circuitos neuronales se activan en una persona cuando desea un helado, o cuando se imagina un unicornio blanco, o al pasar del miedo a la osadía, ¿eso significaría que conocemos el puente que une ambas manifestaciones de la realidad? Probablemente no haya modo empírico ni objetivo de acceder al espacio interno vivencial subjetivo a través de los sentidos y, por supuesto, no hay modo subjetivo de acceder a un espacio físico como el cerebro más allá de la imaginación. Pero esto no implica que neguemos ninguna de estas dos manifestaciones de la realidad. Los neurocientíficos, hoy en día, tampoco han descubierto ese puente. Gazzaniga nos recuerda que Joseph Levine (1983) denominó a esta contingencia entre lo físico y lo mental brecha explicativa y, dicho esto, asume que lo físico no explica lo mental y viceversa, pero no hace falta que eso nos quite el sueño.

La ciencia tiene diferentes métodos para diferentes objetos de estudio. No podemos investigar con los mismos métodos científicos la aceleración de un objeto al caer, las reacciones al mezclar sustancias, la inflación económica, los movimientos migratorios, el nacimiento de las religiones, la muerte de las estrellas, la interacción de los órganos del sistema digestivo, las derivaciones de las lenguas indoeuropeas, los componentes de un microchip, los factores geológicos que influyen en un terremoto o la resistencia al calor de una tostadora. De otro lado, todos los especialistas en pintura reconocerán la genialidad de Picasso, aunque un lego en la materia pueda decir que pintaba igual que su sobrino de cuatro años. Esta es sin duda una mala interpretación a ojos de cualquier experto.

En adaptación al objeto de estudio, los métodos pueden ser deductivos, inductivos, analíticos, sintéticos, mixtos y, según autores, muchos más, como los estadísticos, clasificatorios, empíricos, definitorios, axiomáticos, históricos, etc. A veces será imposible la repetición (reproductibilidad), como en la investigación de los acontecimientos históricos. A veces lo será la experimentación, como en las conclusiones matemáticas establecidas por convenio, en la física teórica o en la astronomía. Así, prácticamente cada disciplina del saber requerirá un método científico personalizado. ¿No tiene derecho la psicología a tener su propio método? ¿Hemos de amoldarnos a los a veces inadecuados métodos de otras disciplinas? En suma, ¿debe el objeto de estudio adaptarse al método, o más bien el método al objeto de estudio?

La psicología, como otras ciencias, ofrece datos objetivos y subjetivos. Estos últimos deberán ser interpretados por el paciente y comunicados al psicoterapeuta, que a su vez contará con su propia interpretación a partir de lo que el paciente diga y de lo que él mismo vea y sienta. Y esto es lo que da miedo a la ciencia positivista: que el observador no esté fuera del campo de estudio y, por si fuera poco, que interprete y sienta, pero la realidad es que no se puede evitar. Si una conducta, una frase o una determinada activación cerebral observables y objetivas son interpretables, imaginémonos la necesidad de interpretación que requiere una vivencia, una emoción, un sentimiento o una convicción basada en la propia historia vital. Hagámonos una idea de lo interpretable que es algo que no es consciente. Recuerdo a un colega del campo de las adicciones referir que, si se preguntaba a chavales un sábado de madrugada a las afueras de una discoteca con un considerable consumo si tenían problemas con las drogas decían que no, pero si se preguntaba en centros de tratamiento, donde estaban abstinentes, decían que sí tenían problemas con las drogas, y bastantes.

El psicoterapeuta no puede dejar de tener su propia interpretación, su “ojo clínico” basado en su experiencia, y además necesitará inexcusablemente conocer las interpretaciones de su paciente sin dar por hecho las propias, es decir, ¿qué le significa lo que me cuenta? ¿Qué le significa sentirse enfadado, que le hayan despedido del trabajo, haber sido infiel o ser padre? ¿Qué le significa sentir alivio ante la muerte de un ser querido largo tiempo enfermo? ¿Y no alegrarse sinceramente de que a su mejor amigo le toque la lotería? ¿Y sentir culpa por algo a lo que cree tener todo el derecho? ¿Y compararse siempre a menos? ¿Y no saber por qué siente lo que siente?

Los enfoques que se atreven a trabajar con la subjetividad, como los psicodinámicos y los humanistas, requieren a sus profesionales que antes hayan realizado un mínimo de horas de psicoterapia como pacientes, lo cual es totalmente coherente con estos modelos, ya que solamente interpretándose a sí mismos lo mejor posible podrán interpretar lo mejor posible a sus pacientes al entrar en su subjetividad. Por su parte, los enfoques que mayoritariamente se basan en la información objetiva, no piden a sus técnicos que hagan psicoterapia, puesto que su observación monológica se dirige a lo externo. En cualquier caso, ¿es mínimamente posible eliminar la subjetividad de la psicología? ¿Y sería lícito siquiera pasar por alto las interpretaciones que el sujeto hace de sí mismo? ¿Acaso vamos a imponerle las nuestras o las estadísticamente mayoritarias?

La ciencia psicológica ha hecho numerosos progresos en las últimas décadas respecto a lo observable. Desarrollemos más los métodos para trabajar con lo subjetivo, con lo vivencial, con lo interpretativo, con lo emocional y con lo existencial, para trabajar con la necesidad de sentido, de autorrealización, con el vacío, la consciencia y la inconsciencia, con la autoestima, con la sensación de libertad y de vulnerabilidad. Al fin y al cabo, el factor subjetivo es inevitable en la investigación psicológica, aunque los científicos radicales jueguen a que no está.

Recuerdo, de los tiempos de mi formación académica, una clase en la que se nos pretendía enseñar a valorar el riesgo de suicidio en un paciente. Con esta finalidad, había que pasarle un cuestionario que mencionaba una buena variedad de acontecimientos externos que sumaban puntos. Así, la suma de unas cuantas circunstancias tales como enfermedades, familiares con trastornos mentales, duelos, abusos, desempleo, discriminación, etc., podrían aumentar las posibilidades de suicidio del paciente. Y no dudo que estadísticamente fuera así, ni que este cuestionario ofreciera una información conveniente, pero ahora me sorprende que en ningún momento se nos instara a mirar a los ojos al paciente y preguntarle si pensaba en quitarse la vida y por qué. Mucho menos aún se hubiera concebido que los propios profesionales que trabajaban con estos pacientes exploraran el sentido de sus propias vidas y, en su caso, se preguntaran si alguna vez habían tenido también ideas suicidas.

 

 

 

Referencias bibliográficas

 

Gazzaniga, M. ([2018] 2019). El instinto de la conciencia: Cómo el cerebro crea la mente. Barcelona: Grupo Planeta Audio.

Kant, E. ([1871] 2020). Crítica de la razón pura. Madrid: Editorial Verbum.

Piaget, J., & Inhelder, B. ([1969] 1997). Psicología del niño. Madrid: Ediciones Morata S.L.

Wilber, K. ([1983] 1994). Los tres ojos del conocimiento. Barcelona: Editorial Kairós S.A.

 

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