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el 20 noviembre 2017

Imaginemos la escena: son las seis de la tarde de un viernes y hay un grupo de adolescentes en un parque, unos sentados en el respaldo de un banco y con los pies apoyados en el asiento, otros de pie, hablando y moviéndose porque sus hormonas les producen tanta energía que no pueden estar quietos.

Algunos ya han cumplido los dieciséis, el resto todavía tienen quince y hay alguno de catorce. Sus risas se escuchan desde el otro lado del parque, mientras miran cómo el chistoso del grupo imita los andares de un mono. Han quedado esta tarde para empezar el fin de semana. Estaban deseando que llegara el viernes para pasar más tiempo juntos, sabiendo que al día siguiente no hay que madrugar, que no hay que ir a clase, que hoy podrán compartir risas de una forma más relajada. Compartir… Uno de ellos dice que quiere enseñarles algo que le han dado. Los demás se muestran excitados: ha conseguido despertar su interés. Mira a derecha e izquierda y, con un gesto lento y sigiloso, saca del bolsillo derecho de sus pantalones vaqueros una bolsita. Todos sus amigos tienen la vista puesta en la bolsa, intrigados y a la espera de que les enseñe qué es lo que lleva ahí dentro.

-Es marihuana.

En el grupo de amigos, hay reacciones de todo tipo: los hay que miran fijamente la mano que sostiene la bolsa, los hay que le miran directamente a la cara a la espera de una explicación más detallada, los hay que dan un paso atrás.

-¿Qué os parece si la probamos y vemos qué tal?

De nuevo, no todos responden por igual. Algunos sonríen pensando que esto les hará sentirse mayores, otros dicen que no quieren malos rollos y que pasan, algunos indecisos miran a los demás, sin atreverse a dar su opinión y dejándose llevar por lo que diga y haga la mayoría. El chico que ha traído esta tarde la marihuana intenta convencerles para que la fumen entre todos.

-Todo el mundo la fuma. Venga, no seáis cobardes. Vamos a probarla que no pasa nada.

El chistoso del grupo (el que antes imitaba los andares de un mono) se resiste. Lo escuchan en silencio pero, de pronto, uno de ellos dice que sí, que adelante, y hay otros dos que dicen, aunque no muy convencidos, que vale, que vamos a ver qué pasa. Ya son cuatro. Cuatro adolescentes a punto de probar por primera vez la marihuana.

Intentan convencer al resto del grupo diciéndoles que no se corten, que no pasa nada por fumarla, que todo el mundo lo hace. Los que se resisten, se miran entre ellos y…. ¿qué pensáis que harán? ¿Se mantendrán en su postura de no querer probar la marihuana? ¿Se dejarán llevar y acabarán fumándola?

La necesidad de sentirnos aceptados en un grupo de iguales, de pertenecer a un grupo, nos puede llevar a imitar comportamientos que nos hagan ser más parecidos a ellos. Si hablamos de adolescentes, esos comportamientos pueden ser de mucho mayor riesgo ya que están comenzando a formar su propia identidad. En el caso de las drogas, somos los padres y educadores (en ese orden) los que tenemos la responsabilidad de ir informando de las consecuencias de su consumo, de cómo aprender a mantenerse firme en la decisión de decir que no. Y no esperar a hacerlo en el momento en que se detecta que puede haber algún consumo, sino mucho antes, de manera preventiva y sin alarmismos.  

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