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el 24 septiembre 2020

Lo ideal es tan inigualable, tan insuperable, que a veces preferimos quedarnos ahí antes que “bajar” a la realidad. Películas maravillosas como “El marido de la peluquera” (1990), “La edad de la inocencia” (1993), “Lo que queda del día” (1993) o "Los puentes de Madison" (1995), entre muchísimas otras, nos recuerdan la dinámica inconsciente en la vida adulta de dejar los deseos insatisfechos para que así puedan seguir estando idealizados. De este modo, seguirá estando viva la posibilidad de que dichos deseos, si se cumplieran, fueran “perfectos”. Es decir, como decimos los psicólogos, el inconsciente quiere retornar al narcisismo perdido, quiere que el ideal sea posible.

Los ejemplos citados se referían a relaciones de pareja, pero podríamos pensar en todo tipo de deseos y, por ende, de miedos, puesto que deseos y miedos se encuentran fisiológicamente en que ambos implican excitación. A más deseo, más miedo a no tener o a perder. Como el miedo a ser rechazada que experimenta una persona enamorada cuando se arma de valor y se dispone a compartir sus sentimientos con la persona deseada. Y diremos “deseada” mejor que “amada”, porque el verdadero amor es cosa como mínimo de dos (o de uno que de verdad se sepa poner en el lugar del otro) y para el deseo basta con uno. Lo que nunca se hizo real o lo que fue maravilloso y se perdió, podría quedar en nuestra memoria como algo idealizado, inigualable. Jorge Manrique escribió en el siglo XV «Cualquier tiempo pasado fue mejor», y alguien dijo «No hay nada más triste que un recuerdo feliz.» Así, reconstruimos el pasado e inventamos el futuro idealizándolos. Sería peor que sintiéramos nuestra vida como un injusto fracaso o perdiéramos la capacidad de ilusionarnos, porque la ilusión no es mala, no pretendo decir eso, sino que encierra un puro impulso vital y es el mejor de los antidepresivos. Pero la ilusión, el deseo, son solo el primer paso. Si los queremos convertir en toda la historia, nos tendremos que pelear después con la realidad.

La idealización también está presente en historias de amor como Romeo y Julieta (1595) y, en general, en el propio hecho más que conocido y explotado de que la mayor parte de las narraciones literarias y cinematográficas se centren en el enamoramiento y terminen cuando empieza la relación real. Así rezan los versos «Sabes mejor que yo que hasta los huesos solo calan los besos que no has dado» (canción Y sin embargo, de Joaquín Sabina), y «No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí.» (canción Lucía, de Joan Manuel Serrat). Del mismo modo, «Estás enamorado de lo que no tienes. Estás enamorado de tus sueños.» (serie El alienista, 2018). Todas estas expresiones nos muestran la “trampa” y probablemente la necesidad del ideal.

Entre tantas fantasías con las parejas, los amigos, los trabajos, los tiempos libres... ¡qué liberación la simple y llana realidad, no? ¡Piénsalo!

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