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el 8 junio 2015

Érase una vez una niña que vivía en una familia acomodada, en una tranquila ciudad. La llamaremos Paula. Desde su infancia, acudió siempre al mismo colegio, rodeada de prácticamente los mismos compañeros y compañeras durante todos los años que duró el periodo escolar, con los que compartía tiempo y juegos dentro y fuera de las aulas. Era una buena estudiante, responsable y aplicada. Fue creciendo y convirtiéndose en una adolescente que comenzó a ir al instituto y a relacionarse con otros chicos y chicas de su misma edad y también más mayores, conociendo otras maneras de ser y de estar en el mundo, ampliando su círculo de amigos y descubriendo nuevas maneras de vivir su tiempo libre. Entre esos conocidos que fueron apareciendo en su vida, se encontraba Juan. Un chaval un año mayor que ella, quien la saludó una mañana en el patio del instituto.

Hola, me han dicho que te llamas Paula y que vives cerca de mi barrio. Soy Juan. Desde ese día, Juan siempre aprovechaba cualquier ocasión en el instituto para acercarse a Paula, quien se iba fijando cada vez más en aquel chico. Juan, le dijo ella, ¿te apetece venir a una fiesta de cumpleaños con mis amigas? Juan aceptó y fue el inicio del primer amor para los dos. Sensaciones nuevas, hormonas revolucionadas, besos a escondidas, risas…cuanta alegría y energía compartidas. Paula, le pidió un día Juan, déjame tu móvil para ver con quién has hablado. Claro, Juan, respondió ella mientras se lo acercaba. Paula, le dijo otro día Juan, no me gusta que hables con los chicos de tu clase. Pero si son amigos míos, contestó ella con cierta molestia. Pero prefiero que no les digas nada, insistió él, porque te miran con unos ojos que a mí no me hacen ninguna gracia. Y Paula dejó de hablar con esos compañeros que luego también se prolongó a los vecinos, hermanos de sus amigas…e incluso algunas de sus amigas, porque me dice Juan que sois una mala influencia para mi, les explicó ella con cierta dosis de vergüenza. Juan, yo no quiero que me toques tan abajo. Y Juan paraba resoplando. Y Paula temía que él la dejara por otra chica si continuaba diciéndole que no lo hiciera. Yo no quiero dejar de ser virgen pero tampoco quiero perderlo, les contaba a sus amigas.

No se atrevía a decirle a Juan, a quien ella quería tanto, que aquello no le apetecía, que prefería esperar un poco más. Tampoco se atrevía a negarse: se había acostumbrando a ir cediendo a sus peticiones, confundiendo amor con sumisión. Un buen día, Paula se levantó a las 7 como todos los días para ir al instituto y sintió que algo en ella era distinto. La noche anterior se había atrevido a hablar con sus padres de lo que le estaba pasando con Juan, cuando ellos le preguntaron qué le ocurría tras ver que su semblante ya no era alegre como meses atrás, que apenas traía a sus amigas a casa y que incluso sus notas habían bajado. Juan, quiero hablar contigo cuando acabemos las clases, le dijo Paula. Y así lo hicieron. Paula se armó de valor y le explicó, a quien era su primer amor, que estaba muy enamorada de él pero también que no quería continuar con miedo a que él la dejara. Yo siempre había pensado que estar enamorada era estar en una nube flotando y no aislada de mis amigos, le dijo Paula. No te voy a dejar mi móvil y prefiero sufrir y perderte si tú no confías en mi, a continuar saliendo contigo y llorar todas las noches, añadió con toda la firmeza que fue capaz. Juan no respondió, sorprendido y, al mismo tiempo, asustado. Y Paula esperó y esperó. Juan la evitaba en el instituto. No voy a llamarle, se decía a sí misma. Pasados unos días, Juan volvió a acercarse a Paula y, mirándola a los ojos, le pidió perdón. Lo siento, Paula, he estado pensando lo que me dijiste y tienes razón. Que sea tu novio no significa que tenga que controlar tu vida. Te quiero y quiero que volvamos a salir. Me he comportado como un tonto. Quiero darte las gracias por haber sido valiente y habérmelo hecho ver. Así lo dijo, de un tirón. Y así fue como Paula y Juan empezaron a ser sinceros y felices, tras esta conversación que marcaría su relación a partir de entonces. Nunca voy a tener miedo de decirte lo que siento y pienso, dijo Paula. Es lo que deseo, nunca quiero que me tengas miedo, dijo Juan. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Moraleja: Eduquemos a nuestros hijos e hijas haciéndoles partícipes de lo significa la igualdad de género y el respeto. No temamos hablar con ellos desde niños de los derechos fundamentales.  

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