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el 4 febrero 2018

De vez en cuando no puedo evitar toparme –y mira que lo intento, y lo consigo casi la totalidad del tiempo- con la publicidad fraudulenta de eventos “terapéuticos” que, en un fin de semana, prometen cosas como convertirte en un ser humano nuevo, con todas tus relaciones saneadas, que gestionarás tu mente y tus emociones a la perfección, sin estrés ni angustia, sin pensar más ni menos de la cuenta, sin quedarte fijado en emociones “negativas”, sin miedos ni rabias ni penas escondidas, evitando tus “relaciones tóxicas”, encontrando sentido a tu vida, llevándote todo lo necesario para hacer realidad tus sueños en breve, y experimentando cómo la autoestima y el poder personal crecen en ti… (y se alargan y ensanchan hasta estallar en un gozo de plenitud inigualable… y bla bla bla). Se pueden hacer buenos talleres y buenos procesos personales, claro que sí, para poner más conciencia en determinados aspectos de la vida, pero esa oferta milagrosa sólo habla de la mentira que subyace en esas desmedidas (y premeditadas) promesas. Los psicólogos que tenemos consulta día a día sabemos que, mucho peor que tonterías, son auténticos timos enfocados al yo ideal que, por cierto, vende bastante más que el real. Ése mismo que elige a modelos para vender cremas adelgazantes. Psicólogos, psiquiatras, psicoterapeutas serios y demás profesionales comprometidos sabemos que estas promesas milagrosas son un engaño. Incluso se ríen de ellas los verdaderos maestros espirituales (no los charlatanes espirituales ni los psicológicos). Día a día, cuando vemos la realidad de un proceso personal, la enorme complejidad de la mente humana, de lo emocional y lo mental, lo consciente y lo inconsciente, lo que sabemos, no sabemos y no queremos ni podemos saber de nuestros deseos y frustraciones, cuando vemos nuestros mecanismos y resistencias, amén de las circunstancias externas cambiantes… día a día, ¿qué se puede pensar de estos anuncios? Todos anhelamos una esperanza infantil donde las cosas se arreglen como por arte de magia, sin apenas implicación, y aquí es donde cuaja la mentira y su negocio. Claro que existe el proceso personal, claro que es posible ser más feliz, más consciente, mirar atrás y ver lo que hemos crecido, superar un trastorno de ansiedad, una depresión, una autoestima baja, unas relaciones disfuncionales… pero lleva trabajo e implicación personal, lleva momentos de claridad y sinsabores, avances y retrocesos, lleva tiempo y trabajo, y en no pocos casos la mejoría es limitada, limitada frente al ideal, aunque no sea poca. Amo mi trabajo, me llena, valoro cada mejoría, cada paso atrás, cada lágrima que señala el dolor del crecimiento y cada novedad que se abre a la consciencia racional y emocional, valoro la alegría, las resistencias y los desiertos, las repeticiones… Apoyo y frustro para que se produzca la conciencia, acompaño las decisiones que sólo incumben al paciente. Sigo reflexionando, estudiando, compartiendo con otros colegas… y, cuando veo estos anuncios, no me preocupa que cuatro cuentistas prometan lo imposible, sino que ese mensaje tan inmaduro cale aún más en esta sociedad de las prisas, los logros, los problemas narcisistas (como el de los que prometen eso) y, no en menor medida, en esta sociedad tan frustrada. La cosa no es tan fácil y, al querer venderla así, se desmerece lo extraordinario del desarrollo humano.  

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