Artículos

el 1 mayo 2022

«Más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor.»

Jacinto Benavente

«Mata a un hombre y serás un asesino; mata a millones y serás un conquistador; mátalos a todos y serás Dios.»

Jean Rostand

«Todo el mundo tiene una estrategia hasta que les meto la primera hostia.»

Mike Tyson

 

Acontecimientos como la guerra de Ucrania dejan en evidencia que una visión de la psicología “buenista” o exclusivamente optimista resulta del todo ingenua. Pero no ha dejado de haber guerras en el mundo como para que se nos olviden tan pronto las afiladas aristas cortantes del ser humano. Recordemos que, lamentablemente, la guerra, el sexo y las drogas son los tres mayores negocios del planeta.

¿Qué le ocurre al ser humano para llegar a estos niveles de bestialidad? ¿Por qué alguien que ha tenido una vida normal, sin delincuencia ni agresiones, centrándose en su familia, su trabajo o sus aficiones, de pronto puede hacer tantas crueldades o seguir ciegamente a psicópatas sin empatía? ¿Cuántos asesinos, abusadores y violadores viven entre nosotros? Parece que, en alguna medida, todos llevamos una bestia dentro, potencialmente, dispuesta a salir en las condiciones adecuadas, aunque estoy seguro de que no todas las bestias son del mismo calibre. Hay auténticos perversos. Muchos podríamos matar para sobrevivir “en caliente”, pero otros matan por el placer (placer bestial) del poder, de sus ideas megalomaníacas, planificándolo en frío.

Enfoques como el psicoanálisis de Freud, la psicología Gestalt de Perls, y hasta la psicología integral de Wilber (que es la versión más completa de la psicología transpersonal, empeñada a veces en reducirse solo a lo más bonito del amor espiritual) aceptan que, en los niveles más primarios del ser humano, hay una naturaleza arcaica y bestial. El psicoanálisis considera como lo más primario las pulsiones instintivas del ello, enfocadas en el sexo y la agresión, en la supervivencia y la dominación sobre los otros. La Gestalt hace suyas todas las vivencias que parten de “las tripas”, por vergonzosas que sean, hasta las menos bonitas, e intenta explorarlas, porque la auténtica bomba de relojería es negar su existencia. La psicología integral de Wilber, a su vez, toma estas teorías para exponer que, en nuestro nivel más arcaico, sin duda, habitan estas dinámicas primarias, amorales, y después con un discurso moralista, pero todavía con la capacidad de unas acciones bestiales. Así, en la base somos animales y, antes de convertirnos en personas éticas, somos animales con discursos solo aparentemente éticos. En la base del equilibrio entre las personas y las naciones está el afecto, pero también el reconocimiento de la capacidad potencial de hacerse daño, mucho daño. Parece que esto es lo que hay y lo que niega una visión demasiado ingenua. Hay quien despotrica de los militares y la policía, pero cuando le roban y agreden busca desesperadamente su protección y agradece que se encarguen del asunto, como ahora hacen Suecia y Finlandia buscando la protección de la OTAN. Hay niños bien educados en el colegio que se manejan muy bien con los conflictos, niños civilizados, pero cuando llega otro rompiendo los límites y les roba el bocadillo tras una agresión se quedan paralizados. No olvidemos que hay quienes consiguen las cosas así. Seamos éticos, seamos pacifistas, pero no ingenuos acerca de la naturaleza humana. Basándome en los estudios psicológicos de las fases del desarrollo moral, creo que es cierta la superioridad moral de las ideas de izquierdas, pero su pecado es la ingenuidad de creer que, por estar en el quinto piso, no hay pisos inferiores que, además de existir por sí mismos, permiten que pueda estar en el quinto. El primero puede existir sin el quinto, pero el quinto no puede hacerlo sin los cuatro anteriores. La primera integridad a proteger es la física, y buscar la integridad emocional, racional o moral no excluye la protección de lo más básico.

Estamos en una conciencia física, de luchas por el territorio, de dominación y sometimiento, de disociación entre lo malo (lo de fuera) y lo bueno (lo propio), de narcisismo (donde el otro es un seguidor, un adorador, no alguien diferente que piensa o desea por sí mismo, “Yo sé lo que te conviene y no importa lo que opines, porque tú no sabes”). Socialmente, en los niveles de conciencia más básicos, el supuesto “amor” es un amor-pertenencia (“Todos estamos unidos siguiendo a nuestro líder”, nos sentimos más seguros así).

Al igual que un niño pequeño que obedece a sus padres, no es que subordinándose se sienta más seguro ante las amenazas del mundo, que francamente aún no entiende y le quedan muy lejos, sino que realmente obedece porque lo que teme es la ira y el rechazo de sus padres, aunque aún no lo sepa. En las guerras, el primer miedo del bando que ataca es al propio líder, líder en cuyo discurso siempre hay una amenaza externa ante la que se coloca como protector. Y el líder y sus seguidores juegan a creérselo porque otra cosa sería demasiado difícil de digerir. Imaginemos a un líder reconocer que sigue sus delirios megalomaníacos y, llegado el caso, sacrificaría sin problemas, como a peones de ajedrez, a su pueblo por ellos. E imaginemos a los forzados sirvientes reconocer que se van a jugar la vida por algo que no entienden ni comparten, sino solo por miedo y por no sentirse excluidos de su sociedad. El yo no tiene manera de digerir esto, de modo que se cuenta a sí mismo una gran excusa, la “excusa oficial”, donde lo miserable se muestra virtuoso, donde el lobo se viste de cordero. Por cierto, la excusa oficial impuesta por unos líderes que luego tienen un búnker, una segunda residencia con mucho dinero en algún entorno paradisíaco o algún día en la luna o, en el peor de los casos, una pistola para suicidarse íntimamente. ¿Habéis visto alguna vez un agresor que se denomine agresor? Defenderse de verdad como bando atacado tiene otros matices, aunque podría derivar en la misma crueldad. Antes de ser nosotros mismos, de poder pensar y desear por nosotros mismos, necesitamos pertenecer, al precio que sea. ¡Al precio que sea!

Por si se te olvida, el sistema al que perteneces como ciudadano te provee, te protege y también te domina, te puede obligar a luchar o condenarte. Eso pasa en cualquier bando, Rusia y Ucrania, y de esto no he escuchado nada. Un sistema incluso constitucional incluye situaciones límite donde, "por un bien mayor", frase siempre delicada, puede quitarte tus derechos. Lo hemos visto y experimentado en la pandemia con el estado de alarma (y aún existen los estados más estrictos de excepción y de sitio). Pero una cosa es quitarte la libertad de poder dañar a tus conciudadanos, y otra cosa es obligarte a hacer lo que va en contra de tu individualidad. Por eso los gobiernos hacen tantas filigranas con permitir y prohibir fumar, o con permitir no vacunarse del COVID y exigirlo para casi todo. Pasado el calentón de la rebeldía, creo que es buena señal que tengan que hacer esas filigranas, porque los extremos serían el sometimiento o la absoluta negligencia, la dictadura o el desgobierno. Al fin y al cabo, queremos que los gobernantes gobiernen, ¿no? Volviendo a la guerra, es legítimo el derecho a defenderse, pero ¿lo es la obligación de atacar? ¿Qué puede hacer un pacifista? ¿Solo le queda matar para sobrevivir? Las otras opciones son huir, matarse o ser sometido (quizás condenado a muerte). En las sociedades, tus “padres gobernantes” te protegen y también dispondrán de tu vida. Que yo sepa, no hay un solo lugar habitable en el planeta que no pertenezca a un país que pueda obligarte a dar la vida, que es como quitártela.

Por todo lo dicho, el nivel de conciencia instintivo, puramente animal y territorial que llevamos dentro no es el peor. Hay un nivel más peligroso. El instinto de supervivencia llevaría a cualquier animal a huir si creyese que podría perder una batalla. Y no se encarnizaría sin hambre, salvo excepciones. Un lobo puede “volverse loco” y matar diez ovejas, o veinte, pero no puede formar un ejército de lobos para conquistar el mundo por el bien y la gloria de la animalidad. Lo peor son los traumas en las fases en que empieza el sentido de las normas, del deber, pero sin ver aún al otro, sin respetarlo, solo para sentirse con la verdad e imponerla a los otros, las etapas de las fantasías megalomaníacas, narcisistas, de la imposición del poder del rey y de dios, de la omnipotencia proyectada en los delirios de los líderes narcisistas (a veces votados por los ciudadanos, a veces nombrados por el sistema). Esto es lo peor. Remite a una fase infantil anterior a los tres años, donde poco puede hacer un niño más allá de soñar con ir en el vehículo más veloz, matar a todos los monstruos o ser el mejor futbolista de la historia. Pero ¿qué implicarían estos traumas en las manos de un líder con armas de destrucción masiva que no ha superado estas etapas? Aquí, vamos contra nuestro propio instinto de supervivencia a favor de una idea, pero todavía no hay unos valores maduros, sino infantiles, hay una conciencia egocéntrica y de clan, no mundicéntrica. No estamos ante una persona madura y éticamente evolucionada que arriesga su vida por unos valores amorosos o unos derechos humanos, como Gandhi, Luther King, Jesucristo y tantísimas otras personas anónimas. Estamos ante una bestia cruel vestida de santidad y patriotismo. La religión inmadura y perversa aquí habla de “guerra santa”. La religión madura no duda de la crueldad de estos actos. Los líderes aquí hablan de la gran patria. Y nuestra mente, nuestro yo, tiene una infinita capacidad de racionalización, es decir, de excusarse. ¿Qué se dirán los que cometen esas bestialidades, del bando que sean, para dormir tranquilos y sortear el sentimiento de culpa? Pues algo se dicen. Y duermen.

Pensemos muy muy en serio en nuestros líderes, esos que nos gobernarán y a los que al votarles entregamos nuestra vida, por si se nos olvida.

 

Comentarios

Deja un comentario

En cvap.es utilizamos cookies propias y de terceros para ofrecerte lo mejor de nuestra web. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso.