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el 7 abril 2014

Dicen que la mente es lógica y racional, o que es irracional y hasta mayoritariamente inconsciente. Unos dicen que sentimos lo que sentimos según nuestros pensamientos previos. Otros, que los pensamientos son sólo un discurso que justifica emociones primarias y hasta pura “química”. Diferentes personas refieren que dejan de pensar, de sentir o de hacer algo porque, simplemente, no tiene sentido, o porque no es lo que les dice su corazón, o porque no lo ven útil. Yo suelo decir que los problemas de lógica racional no los resolvemos los psicólogos, sino los programadores informáticos y, aún así, parece que los ordenadores estuvieran llenos de “duendes”. Es cierto que hay confusión en nuestros pensamientos, innumerables distorsiones cognitivas, pero también es cierto que no es la única causa de nuestro sufrimiento. Y no es menos cierto que cualquiera de nosotros se ha dicho a sí mismo alguna vez “Ya sé que es una tontería, que no tengo que pensar así, ni hacer esto, que es absurdo, que no me sirve de nada, pero no lo puedo evitar”. No, nuestro pensamiento no es “lógico”, si con este término nos referimos a una lógica racional. Y quien se adentre en la comprensión del ser humano, entonces tendría que hablar de la lógica emocional con frases tan conocidas como la de Blaise Pascal (1623-1662): “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. O tendría que hablar de la lógica psicótica, o de la lógica instintiva. Y no podríamos obviar en ningún caso la lógica social, ya que hay cosas que, según el contexto, pueden pasar de ser absurdas o hasta propias de un psicópata a totalmente “normales” (los disfraces en carnavales, los asesinatos en una guerra, etc.). De la mano vendría la lógica ética. ¿Cuántas lógicas más faltarían?

Hace tiempo que se habla de muchos tipos de inteligencia. Dentro de cada ser humano hay muy diversas fuerzas conscientes e inconscientes que frecuentemente entran en conflicto y, por si fuera poco, está la dimensión social, es decir, lo propio en relación con lo externo. La separación entre ambas es puramente pedagógica, ya que lo social se integra en la mente individual que, a la vez, genera las grandes realidades sociales. Por si aún pareciera poco complicado, cada uno de estos aspectos son subjetivos, interpretados por el sujeto y por el exterior de unas determinadas maneras que, más allá aún, son variables y dinámicas.

Con este panorama, yo no diría que somos necios por no comportarnos como seres un poco más racionales y prácticos, sino que es una auténtica revolución que podamos convivir medianamente bien dentro de nosotros mismos y en sociedad. Y merece la pena valorar esto. Que aspiremos a desarrollarnos interna y externamente, a sentirnos más felices, no significa que no sea todo un logro tener un mediano equilibrio psicológico. No quiero caer en la complacencia: es fundamental analizar lo que nos ocurre, pero lo que hagamos con ello, justificarnos o comprendernos, es una cuestión de actitud, y comprenderse es un buen punto de partida. Hay una tendencia a idealizar y simplificar la psicología humana con breves consejos sobre cómo vivir la vida con plenitud, vencer nuestros miedos, aumentar nuestra autoestima, educar bien a nuestros hijos, vivir sin ansiedad o ascender en el crecimiento espiritual como cohetes. Se trata de una pseudo-psicología que no va más allá de intentar imitar la “estética” de la persona sana, pero nada de esto tiene que ver con la realidad del ser humano y de sus procesos de cambio; y mucho menos aún con sus procesos de profunda transformación. Cualquier persona comprometida durante años con su desarrollo personal de tipo psicológico o espiritual, sonríe como mínimo ante estas banalizaciones o, mejor dicho, ante estas idealizaciones de turno que no son más que el comercio de la felicidad. Es más fácil decir lo que tienes que hacer tú a enfocar la responsabilidad en uno mismo para ver qué quiero y puedo hacer yo con lo que se me presenta dentro y fuera de mí mismo. Para el ser humano es más fácil soñar que andar un largo camino que atraviese desiertos y junglas, espejismos y cobijos efímeros, sensaciones de estar absolutamente perdido y fantasías de control; un camino que, además, no acaba nunca, ni va por donde suponíamos, ni apunta a donde imaginábamos  cuando lo empezamos. Acercarse al bienestar del ser humano no es tan sencillo como a veces se quiere vender. Y la psicoterapia no tiene nada que ver con dar consejos fáciles que cualquiera daría. ¿Qué ocurre dentro de un ser humano? ¿Por qué millones de personas podríamos matarnos en una guerra siguiendo a un psicópata? ¿Para qué, aún sabiendo que en una relación de pareja no me he sentido bien, volvería en cuanto el otro me lo pidiera? ¿Cómo es que siento tanto miedo o tristeza sin encontrar una causa? ¿Por qué no puedo quitarme estas ideas de la cabeza? ¿Por qué desconfío tanto de esta persona y confío tanto en esta otra si no las conozco apenas? ¿Por qué no puedo hacer lo que digo, decir lo que hago, sentir lo que pienso o pensar lo que siento? ¿Por qué los mayores negocios del planeta son la guerra, las drogas y el sexo? ¿Cómo es que siento contradicción entre mis emociones, mis pensamientos, mis actos y hasta “mis tripas”? ¿Cómo puedo enfadarme y abroncar a otros por algo que yo también hago? ¿Por qué “los míos” importan y los demás no? ¿Por qué sigo si sé que esto no va a ninguna parte? ¿Para qué me detengo ahora? ¿Por qué mi vida pierde el sentido si he conseguido lo que quería? ¿Por qué todo tiene sentido para mí a pesar de tantas frustraciones? ¿Qué veo y qué no veo en mis sueños, en mis crisis, en mis estados de lucidez y embriaguez? ¿Qué veo cuando pierdo la cabeza o cuando la recupero? ¿Cómo me afecta la existencia de la muerte? (No he mencionado apenas ejemplos de personas con trastornos mentales severos, lo cual nos llevaría a reflexiones aún más intensas.)

El ser humano es social, instintivo, emocional, racional, espiritual, consciente e inconsciente. El ser humano quiere algo y, a la vez, se resiste, desea y se angustia; es valiente y temeroso, agresivo y compasivo;  es egoísta y, a la vez, puede dar la vida por los otros. El ser humano quiere estar bien, que los otros estén bien, y muchas veces no puede o, más aún, alimenta lo contrario. Son muchas las cosas que nos ocurren a los seres humanos. Todos aspiramos a ser más felices pero, contrariamente a como algunos comerciantes de sueños nos cuentan, aunque sea posible, la cosa no es tan fácil… aunque sea posible.  

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