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el 13 julio 2017

Mañana de paseo por la librería. Me detengo en las estanterías y no puedo evitar mirar de reojo esa sección en la que se amontonan los libros de “psicología”. Me acerco aún sabiendo el riesgo que corro con ello. Me puede mi ansia de no encontrarme lo que sé que va estar ahí. Respiro hondo y me digo a mi misma que sería mejor pasar de largo, irme directamente a la estantería de la izquierda, en la que están los libros que he venido a buscar: alguno de Juanjo Millás, Almudena Grandes, Isabel Allende… para mi lectura nocturna que tanto disfruto, en la cama y como un ritual que me acompaña desde hace años. Pues no, no soy capaz de resistirme.

Doy unos pasos  y me doy de bruces con ellos: son los libros de autoayuda. Desde las personas tóxicas, pasando por consigue la felicidad, tú tienes el poder, cambia tu vida, sana tu vida, transfórmate… y un sinfín de títulos similares en los que nos ofrecen la cura a todos nuestros males. Se me viene a la cabeza que voy a encontrar ahora mismo uno que llevará por título ‘soy el puto amo’. Pero no, éste parece que todavía no está editado, aunque mejor no dar ideas al personal.

Empiezo a marearme de tanto empacho. Si es que no sé para qué me meto en estas historias. Quién me manda a mí leer todos estos títulos si sé que acabo intoxicada. Me agarro a la estantería e intento seguir caminando por la librería para buscar la salida. Ya en la calle, siento el aire fresco y me voy encontrando mejor.

Me marcho de allí paseando y me viene a la memoria algo que me dijo un paciente que se había jubilado y se sentía deprimido “me he comprado un montón de libros de autoayuda para encontrarme mejor y, cuando los acabo de leer, me siento como un idiota porque se supone que me dicen cómo mejorar y yo me encuentro igual de mal; no, me encuentro peor, porque además parezco tonto por no haber mejorado.”

A aquel paciente le dije lo mismo que sigo pensando ahora: que no encontraría la solución a sus males solamente con leer, que cuando el dolor y el sufrimiento nos desborda, no nos sirven esas recetas que nos exponen de una forma tan “clara y sencilla”. Que el recorrido para poder encontrarse mejor no es tan corto ni tan sencillo como leer unas cuantas páginas. Que aunque nos vendan esa felicidad envasada, la realidad es otra. Por no entrar en el tema del intrusismo en nuestra profesión, cómo cualquier persona sin formación se atreve a opinar y “curar” cualquier tipo de trastorno. Pero esto daría para otro post. O dos.  

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